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 Votar en contra para que le vaya bien
Columnistas Sergio Mammarelli

Votar en contra para que le vaya bien

13 octubre, 2025

Por: Sergio Marcelo Mammarelli
Abogado laboralista, especialista en negociación colectiva.
Ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Nacional de la Patagonia.
Autor de varios libros y Publicaciones.
Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut

En Argentina siempre hemos tenido un talento especial para darle la vuelta a las consignas políticas. Alguna vez nos vendieron aquello de “el que apuesta al dólar pierde”, luego “síganme que no los voy a defraudar” o la más reciente “no hay plata”. Hoy, el nuevo lema debería ser aún más desconcertante, pero al mismo tiempo, el más lógico de todos: votar en contra de Milei para que le vaya bien.

Dos años de Milei: del grito al choque con la realidad

En estos casi dos años, Javier Milei demostró que la motosierra no era un programa de gobierno sino un eslogan de campaña. Los grandes anuncios se chocaron con la falta de sustentos políticos e institucionales. El “plan anarcocapitalista” se fue transformando en un plan de emergencia, con parches sucesivos, ajustes brutales y una dependencia creciente de los dólares externos. Su personalidad desbordada, autoritaria, intolerante, más cerca de un diván psiquiátrico que de la mesura que exige un Jefe de Estado. Los insultos en cadena nacional, los desplantes internacionales, los gritos de “¡viva la libertad carajo!” no construyeron consensos sino aislamiento.

Menos mal, que el único contrapeso de semejante personalidad política fue precisamente su nacimiento minoritario. Dicho de otro modo, su autoritarismo fue exclusivamente moderado por su situación institucional precaria y nada más.

Cuando la presidencia se disfraza de estadio.

El mundo volvió a hablar de la Argentina, pero esta vez no por sus crisis, ni por un hallazgo científico, ni por un gol de Messi. Habló por un presidente que decidió subirse a un escenario con una guitarra eléctrica, en un acto de auto celebración que ni los más creativos asesores de imagen habrían imaginado. El Luna Park tuvo a Perón; el Movistar Arena tuvo a Milei.

No fue un acto político: fue un recital. Fue un karaoke institucional, un “show del ego” donde el poder confundió liderazgo con espectáculo. La política argentina alcanzó una nueva frontera: el Presidente como rockstar, el Estado como escenario, el pueblo como platea.

Lo que más que preocupa, “la banalización del poder”. En lugar de gestión, espectáculo. En lugar de liderazgo, culto a la imagen. Milei no habló de la inflación, ni del desempleo, ni de las jubilaciones. Cantó.  No es la primera vez que la política se disfraza de entretenimiento, pero pocas veces la frivolidad alcanzó tamaño nivel de escenografía.

Lo grave. Las risas del mundo. Los principales diarios internacionales —The Guardian, Le Monde, El País— no lo tomaron en serio. Lo registraron como curiosidad, como síntoma. “El presidente que canta para sí mismo”, tituló uno. Otros lo compararon con Berlusconi, con Trump, con Bukele. Todos entendieron lo que muchos aquí todavía no: que lo que el resto del mundo ve no es a un genio irreverente, sino a una democracia que confunde el poder con el espectáculo.

En mi caso, lo diría en estos términos. Es un ridículo que no tiene gracia. Porque el show, tarde o temprano, termina. Y cuando las luces se apagan y los músicos se van, queda el eco de una pregunta: ¿quién está gobernando mientras suena la guitarra?

El Milei con poder absoluto: un riesgo para todos y todas.

Sino me creen en el peligro, miremos a los hechos que hablan por sí solos.

En el Congreso, no consiguió aprobar una sola ley estructural sin cambiar hasta las comas. Su proyecto estrella, la Ley Ómnibus, se deshilachó hasta ser casi una caricatura, sino fuera por el sostenimiento de esa oposición constructiva que reconoció la bondad de muchas de esas reformas, que lo acompañó aun tildándola de mandriles, casta y ratas o cucarachas.

En la Economía, la inflación cedió, pero al costo de un ajuste recesivo que dejó jubilaciones pulverizadas, consumo desplomado y pymes agonizantes. Aun así, tuvo que apelar a un salvataje de emergencia sin el cual sinceramente no sabríamos la suerte del país por estos días, aunque su alivio duró solo pocos días y todavía no sabemos en qué consiste.

En política social, se vetaron leyes que costaban migajas frente al festival de dólares a los mercados: universidades, discapacidad, jubilados. La política de “no hay plata” fue selectiva, absurda e inequitativa.

En la institucionalidad, hace dos años que se gobernó a base de DNU y decretos, una práctica que él mismo criticaba como autoritaria.

La conclusión de este resumen. Con poder absoluto, Milei sería peligrosísimo. Porque su naturaleza no es la negociación, sino la imposición. Y cuando no puede imponer, grita. El grito no gobierna, pero sí destruye.

El Milei en minoría: el único Milei “humano” y posible.

Paradójicamente, cuando el Congreso, los gobernadores y hasta los intendentes lo frenan, aparece otro Milei. El Milei que baja el tono, que tartamudea, que evita insultar, que se contiene antes del estallido. Un Milei que se ve obligado a negociar, a buscar consensos, a escuchar.

Ese Milei, en minoría, puede ser aceptable. Porque su principal límite es la democracia.

La conclusión: votar en contra para que le vaya bien.

La campaña oficialista repite que, si no lo apoyamos en octubre, no podrá gobernar y la Argentina volverá al pasado.  “LLA sino avanza, la Argentina retrocede”. Pero la verdad es otra: si lo apoyamos sin límites, no habrá Argentina que resista su delirio solitario. Votar en contra no es votar contra el país. Es votar por el equilibrio. Es votar por el Congreso como contrapeso, por los gobernadores como freno, por una Argentina donde el poder no se concentre en un grito. Votar en contra, es obligarlo a producir las reformas que la Argentina necesita en un marco razonable de conciliación y consenso con el resto de las fuerzas políticas y sociales. Solo así una reforma fiscal, laboral, previsional sería posible. Solo así se podría aprobar un presupuesto sin déficit fiscal, pero con los argentinos dentro. Solo así se podría ensayar un plan económico que hasta hoy no existe superando las medidas financieras desesperadas de estos dos años. Milei está fracasando en lo único que nos brindaba esperanza: lo económico. En el resto hasta ahora solo demostró desastre, desinterés y fracaso. Sin embargo, todos los argentinos necesitamos que a Milei le vaya bien porque no hay plan B hasta ahora.

El 26 de octubre tenemos una elección que no es plebiscito sobre Milei, sino plebiscito sobre los límites. En democracia, los límites salvan a los hombres de sí mismos. Y a Milei en particular, lo vuelven gobernable.

Por eso, el verdadero lema debería ser tan provocador como simple: VOTE EN CONTRA PARA QUE LE VAYA BIEN. A lo único que hay tenerle miedo es que nos quedemos sin democracia. Sigamos apostando por él, pero no lo consolidemos como un autócrata.

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