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 Lo importante no es lo que pase el 26 de octubre sino de lo que hagamos el 27. La incertidumbre de lo que sucederá a partir del lunes
Columnistas Sergio Mammarelli

Lo importante no es lo que pase el 26 de octubre sino de lo que hagamos el 27. La incertidumbre de lo que sucederá a partir del lunes

26 octubre, 2025

Por: Sergio Marcelo Mammarelli
Abogado laboralista, especialista en negociación colectiva.
Ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Nacional de la Patagonia.
Autor de varios libros y Publicaciones.
Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut

La historia enseña que la pérdida de soberanía no siempre llega con tropas extranjeras, sino muchas veces con sonrisas diplomáticas, promesas de inversión y créditos “condicionados”. Las palabras de Donald Trump, al anunciar que el apoyo a la Argentina dependerá del resultado electoral del 26 de octubre, son el ejemplo más claro de ese nuevo tipo de tutelaje: una injerencia directa, sin disimulo, que pone precio a la voluntad popular.

Cuando una potencia dice “te ayudaremos si gana el gobierno amigo”, está violando el principio elemental de soberanía.  La autodeterminación de los pueblos se vuelve un decorado, un concepto romántico y lo peor: un chantaje simple: sin nuestro respaldo, no hay dólares; sin dólares, no hay estabilidad; sin estabilidad, no hay gobernabilidad. Un círculo perverso que convierte la independencia económica en un eufemismo vacío.

De la euforia al desbarranque.

En pocos días, la Argentina celebró con entusiasmo el supuesto apoyo del gobierno norteamericano, pero el hechizo duró lo que tardó Trump en hablar. En cuestión de horas, la euforia se evaporó y los mercados reaccionaron como siempre lo hacen ante la incertidumbre: huyendo. El dólar volvió a trepar, las acciones se desplomaron y el riesgo país marcó otro salto. Los mercados no votan, pero entienden rápido: si el futuro depende de un capricho extranjero, la seguridad jurídica se vuelve un chiste.

El problema no es económico: es político.

Nada parece estabilizar la economía argentina. Ni los dólares que llegan, ni el aplauso de los mercados, ni siquiera el respaldo de Estados Unidos. La raíz del problema no está en los números: está en la política. Es política la desconfianza, es política la improvisación, y es política la soberbia de creer que un país puede gobernarse con planillas de Excel sin mirar a la gente. No hay economía sino hay política. Hoy, casi todos los círculos políticos comentan lo mismo: el plan ya fracasó. Así lo sintetizaron los gobernadores de “Provincias Unidas” aunque realmente así piensan todos, incluso en sectores del propio oficialismo. Lo triste es que el fracaso no se produce por falta de ortodoxia, sino por exceso de ideología. Porque no hay estabilización posible en una sociedad desquiciada, sin acuerdos mínimos ni legitimidad social. La economía no se ordena con discursos; se ordena con confianza. Y la confianza nace del respeto a la ley, de la previsibilidad, y sobre todo de la empatía.

El rostro social del fracaso.

Mientras el Gobierno vetó leyes esenciales para jubilados, universidades y asistencia social, también incumple de manera flagrante la Ley de Discapacidad. Miles de familias hoy esperan el pago de prestaciones que el Estado reconoce, pero no cumple. Esa omisión no es un problema administrativo: es una tragedia moral. Porque un país que maltrata a sus discapacitados no puede pretender confianza internacional. Quien no cumple con su propia ley, no puede hablar de estabilidad ni de república. El mensaje político que deja esa decisión es devastador: se protege el equilibrio fiscal a costa de los más vulnerables. Se persigue superávit en las planillas mientras se genera déficit en humanidad. Ese es el verdadero rostro del fracaso: el de una gestión que cree que la economía es una fórmula y no una consecuencia de la política.

El punto de inflexión del gobierno y del plan económico

La economía no fracasa cuando los números no cierran, sino cuando se derrumba la confianza. Esa es, quizás, la enseñanza más repetida por economistas lúcidos como Juan Carlos de Pablo, quien insiste en que la economía es, antes que nada, un fenómeno de expectativas. Con una lucidez envidiable, lo explica mejor aún el expresidente uruguayo Sanguinetti. Cuando los actores económicos —empresarios, trabajadores, consumidores, ahorristas— no creen en el plan, simplemente no lo siguen. Esperan que caiga, que cambie o que se modifique. Si no aparece el convencimiento de que “esta vez va en serio”, lo que se instala es el escepticismo. Y el escepticismo es letal: paraliza decisiones, frena inversiones y multiplica la inercia del pasado.

Eso es lo que hoy se observa en la economía argentina. El gobierno de Milei no logró, en estos dos años, transformar el miedo inicial en confianza futura. Ni los mercados, ni los productores, ni los consumidores cambiaron su conducta. Nadie reacomodó sus reglas de juego porque todos perciben que el plan no tiene la fuerza política ni la base social suficiente para imponerse. Se sigue esperando un giro, una corrección o, simplemente, su final.

No olvidemos esta advertencia: si los otros vuelven, será responsabilidad exclusiva de quienes hoy gobiernan. Porque nadie pierde el poder: lo entrega.

Llegamos al gran día con la peor de las incertidumbres.

Faltan apenas horas para que este domingo sepamos el resultado de las elecciones. Todo indica que el país entero parece caminar al borde de una hoguera. No hay certezas, hay miedo. No hay estabilidad, hay hartazgo. En cada café, en cada charla de sobremesa, se discute no ya el rumbo, sino si habrá mañana.

Nadie puede prever qué pasará, pero hay algunas pistas. La primera, es que el mejor de los escenarios que podía esperarse, fue sepultado estratégicamente por el propio Milei y su querida hermana, al dinamitar acuerdos electorales en las provincias donde había conseguido consolidar acuerdos políticos. El resultado es que, en 19 provincias de 24, la LLA compite contra los gobernadores que se alzan como los oficialismos locales. Y esos oficialismos locales, salvo en CABA, triunfaron en todas las elecciones hasta ahora con el final estruendoso de la Provincia de Buenos Aires. Si además descartamos el peor escenario posible, que sería que Milei solo alcance su tradicional porcentaje de la primera vuelta. Algo así como el 30 a 32%, que implicaría perder aún en provincias donde se descartaba que ganase, léase CABA o Mendoza o Entre Ríos, etc, solo nos queda un escenario que puede tener solo “matices”. Sería una elección donde el triunfo o la pérdida, lo consolide entre 35 a 40%. En esta hipótesis, nadie tendría mayorías. La primera minoría quedaría en manos del Peronismo, la segunda en el gobierno junto al Pro , seguido de “los gobernadores”. Allí, Milei deberá generar los acuerdos, tanto en Diputados como en Senadores, para pretender alguna mayoría circunstancial.

La mala noticia de lo que venimos diciendo, es que el Gobierno necesita sacar leyes y no solamente resistir reformas que le hacen los otros. Si el escenario del domingo se aproxima al tercio para resistir vetos, lo aleja de la construcción de mayorías en el Congreso que le permitan seguir gobernando.

Lo único que sabemos hoy, es que Argentina no necesita más técnicos; necesita conducción política. Por eso, el principal interrogante será que haga el Presidente el día 27 de octubre. Si, como bien dice Alejandro Catterberg, el Presidente abandona esa etapa adolescente de su liderazgo, tal vez tengamos alguna oportunidad. Ello implicará abandonar el enojo y el autoritarismo. Ello implicará negociar para tomar control del Congreso. Ello implicará, por fin, terminar con su propia interna dentro del Gobierno. Poco dependerá de quiénes integren el futuro gabinete, sino de la conducción política del propio Presidente. En la actual política fragmentada, Milei deberá negociar con cada uno de esos fragmentos, léase con cada gobernador, con bloques políticos, con partidos, etc.

Los países no se estabilizan con reservas, sino con respeto. Con leyes que se cumplen y gobiernos que escuchan. El 80% del problema argentino no es económico: es político, ético y moral. El otro 20% se resuelve solo cuando lo primero se ordena. Porque, al final, la economía se estabiliza cuando el poder deja de gritar y empieza a gobernar. Y si no lo entienden pronto, lo que se viene no será una elección: será una hoguera. Buena elección para todos los argentinos.

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