El Gobernador expuso sobre el modelo de Seguridad y Justicia

REY EN OJOTAS
Adán Costa. Abogado. Profesor universitario de Historia, Políticas Públicas y Filosofía (UCU-UNR). Trabaja en el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales y es presidente de la Comisión de Derecho Indígena Latinoamericano e Interjuridicidad del Colegio de Abogados de Santa Fe.
Hoy San Miguel de Tucumán vuelve a ser foco de la mirada de todo un país, como cada 9 de julio, al menos desde aquel 1816. Desde siempre ha sido una fiesta popular, colorida, diversa, a empanadas que se comen con las patas abiertas. Hoy han pedido que los visitantes se vistan de negro. El anacronismo es un pecado que suele practicarse en la historia cuando se trasladan directamente acontecimientos del pasado en el presente, sin consideración alguna ni del contexto ni de los procesos históricos. Sin embargo, si podemos advertir algunos hechos que se replican en instancias de este tipo, medidas en términos de presencias o de ausencias. Un pacto es aquél que se hace con tu enemigo, no con lo que piensan parecido. ¿Acaso en un armisticio no se acuerda deponer las armas? A Tucumán de 1816 no viajó la mitad del país de entonces. Artigas, el año anterior, ya había declarado la independencia en Concepción de Uruguay, el 29 de junio de 1815, cuando reunió en la “Liga de los Pueblos Libres” al Uruguay, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones.
Para poder comprender el 9 de julio de 1816 necesariamente tenemos que precisar el sentido de algunos de los sucesos recorridos entre el 25 de mayo de 1810 hasta ese 9 de julio, cuando se declaró la independencia de las naciones de Sudamérica.
La Junta de Gobierno que parió la revolución de mayo no buscaba la separación inmediata de España, pero si suprimir o atenuar a la monarquía absolutista. El “Juntismo” fue un fenómeno urdido en las principales ciudades de Hispanoamérica que promovía una democratización del poder, que desde 1808 se venía resquebrajando en la península ibérica. Buenos Aires se dividió rápidamente entre los conservadores de un orden previamente establecido y los radicalizados que querían cambiarlo de raíz. Los sectores más radicalizados postulaban una soberanía política, económica y social, entre los que se contaban Moreno, Belgrano y Castelli aunque fueron perdiendo su poder de fuego inicial. Cuando se estableció la “Junta Grande”, conformada por representantes de algunas provincias, no se hizo como un congreso deliberativo útil para la declaración de la independencia, como deseaba Moreno, sino como un poder ejecutivo ampliado modelado a partir de ciertos intereses, como finalmente sucedió, siguiendo la regencia de Saavedra y de su operador político, el deán Funes de Córdoba.
Luego se sucedió un Primer Triunvirato controlado por Rivadavia, que no deseaba romper vínculos con España ni menos, con Inglaterra. Para eso hicieron esconder la bandera que Belgrano había levantado un 27 de febrero de 1812 en las barrancas del Río Paraná sobre la villa del Rosario. Todo empieza a cambiar cuando José de San Martín, nacido en Yapeyú, provincia de Corrientes en el año 1778, vuelve a la patria precedido de largos oropeles como capitán del ejército español que había derrotado a Napoleón en Bailén el 19 de julio de 1808. Este ejército, como su sociedad, se dividía entre monárquicos y liberales.
San Martín irrumpe en la escena política en el río de la Plata militando en el partido de la “Sociedad Patriótica” de Bernardo de Monteagudo, que derroca al Primer Triunvirato. Ese es el San Martín que la historiografía oficial diluye, el San Martín del ideario político anti-monárquico, pensamiento inoculado por su ex jefe militar español, y americano como él, Francisco María Solano, el “marqués del Socorro”.
Este pensamiento político probablemente ya había nacido en San Martín tiempo antes, cuando sus propios carceleros franceses le prestaban el “Contrato Social” y otros libros, al tiempo de caer preso de Napoleón en Cataluña después de luchar bravamente como un teniente de España de apenas 16 años de edad en las guerras del Rosellón, especialmente en los combates en Port Vendres, Puy des Dames y Colliure sobre los Pirineos hacia el año 1794. Ese San Martín militar y liberal es quien llega a Buenos Aires en 1812 y se enfrenta, primero con Rivadavia y luego con Carlos María de Alvear.
A partir de la victoria en el combate de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, donde asolaban las cuadrillas realistas sobre el Río Paraná, procedentes desde Montevideo donde aún quedaba una buena parte del poder español, la figura de San Martín se hace más firme e impulsa la Asamblea del año 1813, donde concurren diputados de todas las provincias. Ya desde ese momento el objetivo siempre era el mismo, la declaración de la independencia y la constitución de un gobierno, pero la acción de Alvear hizo que se atenuara el objetivo principal, sin conseguirlo. Libertad de vientres, imprenta, y otros derechos si se pudieron consagrar, al menos en lo declamativo. El país que estaba en su etapa embrionaria se partió a la mitad, al no contener la mayoría de los planteos e instrucciones de los diputados de Artigas. Por un lado, la liga unitaria, bajo la égida de Buenos Aires y por el otro, la liga de los pueblos libres, de José Gervasio de Artigas, avanzaron con proyectos políticos diferentes. Por esta razón, estas provincias del Litoral no participaron del congreso que comenzó a sesionar en San Miguel de Tucumán un 24 de marzo de 1816.
Lo interesante del Congreso de Tucumán, aún con lo sesgado de su representación, fue que se discutieron los proyectos políticos, la conformación de un sistema de gobierno y la independencia. Nuevamente aquí hay que destacar el rol político de San Martín, quien estaba ya preparado con su ejército conformado en Cuyo, esperando el verano para cruzar la cordillera hacia Chile. Tucumán discutía y no se ponía de acuerdo. Memorable fue la carta de San Martín al diputado cuyano Tomás Godoy Cruz, pidiéndole prácticamente a los gritos la declaración de la independencia, cosa que finalmente se produjo un 9 de julio de 1816.
La mayoría de los proyectos sobre la constitución y sistema de gobierno se tuvieron que archivar. Lo que si hay que saber, es que había coincidencia en tener un sistema monárquico, pero con atenuación del poder en un parlamento, a la manera inglesa. Belgrano propuso un rey Inca, al hermano de Túpac Amarú, para dar continuidad a una tradición indígena americana, pero fue rechazado por Buenos Aires, que repudiaba tanto a los gauchos de Artigas y del Litoral como a todo lo que tuviera con ver con los indígenas. No toleraban la mera idea de ser gobernados por un “rey en ojotas” se mofaba el diputado porteño Tomás Manuel de Anchorena. Todo un precedente de la manera en que las clases dirigenciales argentinas trataron a sus sectores populares: los indígenas, los afroamericanos, los gauchos.
Cuando le acercaron a San Martín la primera versión del acta de la declaración de la independencia estalló en la ira. El acta decía que el país se declaraba independiente de España, el rey Fernando VII y sus sucesores. San Martín mandó a adicionar de inmediato una parte sustantiva, que permanece hasta hoy en su versión definitiva: “independiente de toda otra potencia”. Las sombras de Inglaterra, Portugal y Francia amenazaban aún más que la propia España. De Belgrano se burlaron los diputados porteños por su propuesta de rey Inca, pero el congreso de Tucumán tuvo la sabiduría que le faltaba a aquéllos, mandando a transcribir el acta en las lenguas quechua, aymara y guaraní, a la sazón, la mayor parte de la población que vivía en el país en ese momento. Solamente tenemos que pensar que en Charcas, Chuquisaca, Mizque y Chichas, es decir, el Alto Perú, actual Bolivia, vivían más de una millón de almas, mientras que en Buenos Aires apenas si llegaban a las cuarenta mil personas.